La Transfiguración de nuestro Señor es un anticipo de la gloria que nos espera


15 marzo 2025

Héctor López Alvarado
Obispo auxiliar de Guadalajara - México, y presidente de CEPCOM

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Reflexión para el Segundo Domingo de Cuaresma (San Lucas 9, 28-36): la Transfiguración se presenta como una luz que nos invita a profundizar en nuestra preparación espiritual.

En este segundo domingo de Cuaresma, la liturgia nos invita a meditar sobre un episodio profundamente significativo en el Evangelio: la Transfiguración de nuestro Señor, narrada por San Lucas. Este relato nos ofrece una visión maravillosa del rostro resplandeciente de Cristo, una gloria que manifiesta su divinidad y nos orienta en nuestro camino hacia la Pascua.

En el contexto de este tiempo de Cuaresma, la Transfiguración se presenta como una luz que nos invita a profundizar en nuestra preparación espiritual, recordándonos que este es un camino hacia la vida, un camino de esperanza.

La Cuaresma es un tiempo propicio para examinar nuestra vida a la luz de la Palabra de Dios, buscando transformarnos para vivir más plenamente nuestra vocación cristiana.

El Papa Francisco, en su mensaje para la Cuaresma de este 2025, nos invita a "caminar juntos en la esperanza". Este llamado se hace eco en el Evangelio de hoy, en el que vemos a los discípulos de Jesús, a través de la experiencia de la Transfiguración, llamados a escuchar su voz, a descubrir la gloria de Dios en su Hijo, y a disponerse a seguirle en el camino hacia la cruz.

Clave de lectura

El pasaje que hoy meditamos de San Lucas (9, 28-36), se enmarca dentro de un momento crucial en el ministerio de Jesús: justo después de haber anunciado por primera vez su Pasión, Muerte y Resurrección a los discípulos (Lucas 9, 21-22).

Esta revelación de la gloria de Jesús, en su Transfiguración, tiene un sentido profundo: es una anticipación de la gloria que Él alcanzará tras su Muerte y Resurrección. Es un momento de fortaleza para los discípulos, que pronto se enfrentarán a la oscuridad de la cruz.

La escena de la Transfiguración no es sólo un momento de consuelo para los discípulos, sino también una llamada para que reconozcan la verdadera naturaleza del Mesías: aquel que, siendo glorioso, se entregará por amor a la humanidad.

De este modo, el Evangelio de este domingo nos recuerda que, aunque la Cuaresma es un camino de penitencia y sacrificio, también es un tiempo de esperanza, pues la gloria de Cristo, revelada en la Transfiguración, es la misma que Él promete compartir con todos los que creen en Él.

Veamos ahora nuestra realidad

En la sociedad actual, llena de ruido y distracciones, resulta cada vez más difícil escuchar la voz de Dios. En este mundo que parece querer imponernos una multitud de voces, de opiniones y de intereses, la voz de Cristo puede quedar oscurecida, ignorada o incluso desplazada. Vivimos en un "continente digital" donde todos intentan captar nuestra atención, y a menudo nos olvidamos de tomar tiempo para escuchar lo esencial: la palabra que viene de Dios.

La Cuaresma, por tanto, nos invita a un profundo ejercicio de escucha. Jesús, al subir al monte para orar, nos muestra el camino: un momento de soledad con el Padre, de cercanía con Él, de apertura al misterio divino. En medio de tantas voces que nos llaman, nuestra misión como cristianos es distinguir la voz del Señor, que nos habla en su Palabra, en la oración y en la vida cotidiana.

Como comunidad cristiana, necesitamos caminar juntos en la esperanza, aprendiendo a escuchar la voz de Jesús en medio del ruido, para que nuestras vidas sean transformadas y podamos, con su ayuda, ofrecer una luz de esperanza a aquellos que nos rodean.

¿Cómo ilumina nuestra realidad la Palabra de Dios y el Magisterio de la Iglesia?

Y hoy, la Palabra de Dios, en el evangelio de San Lucas, pone un énfasis especial en la oración de Jesús. "Subió al monte para hacer oración" (Lucas 9, 28). Este detalle es fundamental para comprender el carácter espiritual de la Transfiguración. Mientras Jesús oraba, se transfiguró ante los discípulos.

Esta revelación de su gloria no es algo que ocurra por casualidad, sino que está vinculada a la intensidad de su vida de oración. La oración es el medio por el cual Jesús se sumerge en la voluntad del Padre y, a través de ella, muestra su verdadera naturaleza divina.

De igual manera, en nuestra vida cristiana, el encuentro con Dios en la oración es lo que nos permite ver más allá de lo que está a simple vista. El Evangelio de hoy nos invita a ser contemplativos, a fijar nuestra mirada en el rostro de Cristo, que se transfigura ante nosotros no solo en el monte, sino también en la vida cotidiana. Contemplar el rostro de Cristo es mirar más allá de sus sufrimientos, ver en Él la gloria de la Resurrección, la luz que se manifiesta incluso en los momentos más oscuros.

En palabras de San León Magno, "la transfiguración tenía la finalidad de quitar del corazón de los discípulos el escándalo de la Cruz… y al mismo tiempo daba un fundamento a la esperanza de la Iglesia" (Sermón 51; LH II), de tal manera que nos invita a comprender que la gloria de Cristo no es sólo una anticipación del futuro, sino también una luz que nos acompaña en el presente, por lo tanto, la Transfiguración nos ayuda a ver el sentido más profundo de la cruz y nos fortalece para vivir nuestra fe en medio de las dificultades de la vida cotidiana.

¿A qué nos invita el Evangelio de hoy?

El Evangelio de hoy nos ofrece una invitación bien clara: “Este es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo” (Lucas 9, 35). La voz del Padre nos interpela a escuchar a su Hijo, a prestar atención a su Palabra, que es el camino de vida. En nuestra vida diaria, este llamado es una llamada a poner nuestra atención en lo esencial, en lo que nos conduce a la verdadera vida.

Escuchar a Jesús significa acoger su mensaje de amor, de perdón, de sacrificio y de esperanza. Significa caminar con Él hacia la cruz, sabiendo que la gloria que Él nos revela en la Transfiguración es la misma que Él nos ofrece en la Resurrección. La voz del Padre nos llama, por tanto, a vivir como discípulos, a seguir a Cristo no sólo en los momentos de gloria, sino también en los momentos de sufrimiento y de cruz.

La Transfiguración, como nos enseña el Evangelio de hoy, es un anticipo de la gloria que nos espera, pero también es una invitación a vivir esa gloria en nuestra vida diaria. En este camino cuaresmal, somos llamados a escuchar a Jesús, a contemplar su rostro, a dejarnos transformar por su amor y a ser portadores de esperanza en un mundo necesitado de luz.

Que este tiempo de Cuaresma nos conduzca a una verdadera transfiguración personal, para que, al llegar a la Pascua, podamos ser testigos de la resurrección y la vida nueva que Cristo nos ofrece.

Que la luz de la Transfiguración nos ilumine y nos haga caminar, juntos, como peregrinos de esperanza. Amén.

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