Tiempo Litúrgico: Ordinario
Color del día: Negro
Santoral:
Primera Lectura
Lectura 2 Macabeos (12, 43-46)
Orar por los difuntos para que
se vean libres de sus pecados.
En aquellos días, Judas Macabeo, jefe de Israel, hizo una colecta y recogió dos mil dracmas de plata, que envió a Jerusalén para que ofrecieran un sacrificio de expiación por los pecados de los que habían muerto en la batalla.
Obró con gran rectitud y nobleza, pensando en la resurrección, pues si no orar por los muertos. Pero él consideraba que, a los que habían muerto piadosamente, les estaba reservada una magnífica recompensa. En efecto, orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados es una acción santa y conveniente.
Reflexión sobre la Primera Lectura
La muerte es un hecho al que todos tememos, tanto a la propia como a la de los seres queridos y personas cercanas. La muerte crea un vacío y genera una sensación de sin sentido por la vida, ¿para qué vivir si vamos a morir? ¿para que disfrutar la vida si vamos a terminar con el dolor de la enfermedad y la muerte? Más todavía, existe una mentalidad fatalista que cuando mucho reímos, tenemos miedo terminar llorando, de tal manera que parece que la muerte es como un enemigo que espera cazarnos cuando más desprevenidos estemos.
Pero el cristiano no puede tener esa mentalidad fatalista, la muerte es la puerta que nos abre el cielo y el cielo, es la vida eterna vivida en plenitud frente a Dios y al lado de quienes más nos importan y amamos. El cristiano no teme la muerte porque sabe que existe la vida plena, la vida perfecta que no acaba ni se agota. Jesús ve la vida eterna como un banquete en el que todos gozamos de la presencia y cercanía de Dios que nos atiende y sirve los mejores manjares, por eso la Eucaristía, como comida, banquete y convivio es un anticipo del cielo, pero el pan ya no lo ofrecerá el sacerdote sino Jesús mismo.
El cristiano está llamado a la vida que Jesús nos ganó con su muerte y por eso no tememos la enfermedad y la muerte porque sabemos que, después de padecer un poco, tendremos como recompensa lo que el corazón humano anhela en lo más profundo: vivir por siempre y ser felices sin medida.
Salmo Responsorial:
(Sal 26)
R/ El Señor es mi luz y mi salvación.
- El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿Quién me hará temblar? R.
- Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor contemplando su templo. R.
- Escúchame, Señor, que te llamo, ten piedad, respóndeme. Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro. R.
- Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el señor. R.
Evangelio
† Lectura del Santo Evangelio
según San Lucas
(23, 44-46. 50. 52-53; 24, 1-6)
¿Por qué buscan entre los muertos
al que está vivo?
Era casi el mediodía, cuando las tinieblas invadieron toda la región y se oscureció el sol hasta las tres de la tarde. El velo del templo se rasgó a la mitad. Jesús, clamando con voz potente, dijo: “¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!” Y dicho esto, expiró.
Un hombre llamado José, consejero del sanedrín, hombre bueno y justo, se presentó ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Lo bajó de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía.
El primer día después del sábado, muy de mañana, llegaron las mujeres al sepulcro, llevando los perfumes que habían preparado. Encontraron que la piedra ya había sido retirada del sepulcro y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.
Estando ellas todas desconcertadas por esto, se les presentaron dos varones con vestidos resplandecientes. Como ellas se llenaron de miedo e inclinaron el rostro a tierra, los varones les dijeron: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí; ha resucitado”. Y cuando acabó de decir estas parábolas, Jesús se marchó de allí.
Reflexión sobre el Evangelio
Cuando Jesús corregía a los saduceos sobre su visión de la vida después de la muerte, les dice: "No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven". Jesús nos enseña de este modo, algo esencial: la vida es lo único que Dios quiere y da; por eso Jesús decía "He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia", refiriéndose a esta vida que vivimos en el cuerpo, pero también en previsión de la vida eterna.
La muerte no es el final; es decir, para el ser humano no todo termina con la muerte, para los que vivimos en Cristo, para quienes le hemos aceptado por el bautismo, estamos llamados a una vida que no termina ni acaba, una vida plena y perfecta, lo que llamamos la vida eterna. Al celebrar a quienes han muerto confiando en la misericordia de Dios, queremos confesar que confiamos en que esa aspiración humana a la vida perfecta, se realiza como don de Dios con la resurrección de Jesús, que es el anticipo de la nuestra propia resurrección.
Oración
Ya no temo, Señor, a la muerte, ni temo, tampoco la oscuridad porque la vida Tú la tienes y eres Tú quien la da.
Acción
Repetiré este día: ¿Dónde está muerte tu victoria? ¿Dónde está muerte tu aguijón?
Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro
Adaptado de:
Evangelización Activa, ACI Prensa