Tiempo Litúrgico: Ordinario - Semana XXIII.
Color del día: Verde.
Memoria libre: Santa Rosalía.
Primera Lectura
Lectura del libro de la
Sabiduría (9, 13-19)
¿Quién es el hombre que puede
conocer los designios de Dios?
¿Quién es el hombre que puede conocer los designios de Dios? ¿Quién es el que puede saber lo que el Señor tiene dispuesto? Los pensamientos de los mortales son inseguros y sus razonamientos pueden equivocarse, porque un cuerpo corruptible hace pesada el alma y el barro de que estamos hechos entorpece el entendimiento.
Con dificultad conocemos lo que hay sobre la tierra y a duras penas encontramos lo que está a nuestro alcance. ¿Quién podrá descubrir lo que hay en el cielo? ¿Quién conocerá tus designios, si tú no le das la sabiduría, enviando tu santo espíritu desde lo alto?
Sólo con esa sabiduría lograron los hombres enderezar sus caminos y conocer lo que te agrada. Sólo con esa sabiduría se salvaron, Señor, los que te agradaron desde el principio.
Salmo responsorial
(Sal 89, 3-4. 5-6. 12-13. 14 y 17)
R/ Tú eres, Señor, nuestro refugio.
- Tú haces volver al polvo a los humanos, diciendo a los mortales que retornen. Mil años para ti son como un día que ya pasó; como una breve noche. R.
- Nuestra vida es tan breve como un sueño; semejante a la hierba, que despunta y florece en la mañana y por la tarde se marchita y se seca. R.
- Enséñanos a ver lo que es la vida y seremos sensatos. ¿Hasta cuándo, Señor, vas a tener compasión de tus siervos? ¿Hasta cuándo? R.
- Llénanos de tu amor por la mañana y júbilo será la vida toda. Haz, Señor, que tus siervos y sus hijos, puedan mirar tus obras y tu gloria. R.
Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol
san Pablo a Filemón (9-10. 12-17)
Recíbelo, no como esclavo,
sino como hermano amadísimo.
Querido hermano: Yo, Pablo, ya anciano y ahora, además, prisionero por la causa de Cristo Jesús, quiero pedirte algo en favor de Onésimo, mi hijo, a quien he engendrado para Cristo aquí, en la cárcel.
Te lo envío. Recíbelo como a mí mismo. Yo hubiera querido retenerlo conmigo, para que en tu lugar me atendiera, mientras estoy preso por la causa del Evangelio. Pero no he querido hacer nada sin tu consentimiento, para que el favor que me haces no sea como por obligación, sino por tu propia voluntad.
Tal vez él fue apartado de ti por un breve tiempo, a fin de que lo recuperaras para siempre, pero ya no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como hermano amadísimo. El ya lo es para mí. ¡Cuánto más habrá de serlo para ti, no sólo por su calidad de hombre, sino de hermano en Cristo! Por tanto, si me consideras como compañero tuyo, recíbelo como a mí mismo.
Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Lucas (14, 25-33)
El que no renuncie a todos sus
bienes no puede ser mi discípulo.
En aquel tiempo, caminaba con Jesús una gran muchedumbre y él, volviéndose a sus discípulos, les dijo: “Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.
Porque, ¿quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se pone primero a calcular el costo, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que, después de haber echado los cimientos, no pueda acabarla y todos los que se enteren comiencen a burlarse de él, diciendo: ‘Este hombre comenzó a construir y no pudo terminar’.
¿O qué rey que va a combatir a otro rey, no se pone primero a considerar si será capaz de salir con diez mil soldados al encuentro del que viene contra él con veinte mil? Porque si no, cuando el otro esté aún lejos, le enviará una embajada para proponerle las condiciones de paz.
Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo”.
Reflexión sobre el Evangelio
Merece la pena, ¡merece la vida!
Por Comentarista 10 | domingo, 4 septiembre 2022 | Comentario a las Lecturas | Archidiócesis de Madrid
«Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío». Debemos reconocerlo, las palabras del Señor en este domingo son duras e incisivas. Para Jesús no hay letra pequeña del contrato, ni eufemismos para maquillar la realidad. Él presenta las cosas como son, sin rodeos, directamente. Jesús se vuelve a esa muchedumbre que le sigue y les habla a la cara. Él lo pide todo.
¿Pero qué quiere decir el Señor? Su Amor está por encima de cualquier otro amor en esta tierra. Su fidelidad, su misericordia y su perdón son infinitos, como no puede darlos ninguna otra persona. Por eso, ante ese sí incondicional, ante esa oferta de amor infinito, todos los demás amores de esta tierra palidecen. No es que sean malos, ni que sean impuros… ¡ni mucho menos! Pero son finitos y limitados, falibles y frágiles. Jesús lo pide todo… porque lo da todo.
«Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío». Jesús no sólo pide que le pongamos por delante de nuestros amores humanos, sino también que le pongamos por delante de nosotros mismos. Si lo pensamos bien, el amor a nosotros mismos es la raíz de todos nuestros pecados. Por eso nos invita a cargar con su cruz. Es un paso más de desprendimiento, de pobreza. Debemos vaciar el corazón de ese yo que quiere abarcarlo todo. Sólo así podrá entrar Dios para llenarnos con su gracia, su alegría y su paz.
No olvides que Cristo subió desnudo y despojado, pobre y humilde, a la cruz… Este es el camino: vaciarnos de nosotros mismos, de nuestros proyectos, de nuestros criterios, de nuestros planes, de nuestras exigencias… para descansar confiados en los brazos del Padre. Claro, cuanto más nos damos, más recibimos.
«Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío». Amores humanos, uno mismo, y los bienes terrenos, todo debemos dejarlo a un lado para seguir a Jesús. Pero, ante este panorama, podemos preguntarnos… ¿y merece la pena? No vaya a ser que dejemos la torre a medio construir o perdamos la batalla en medio del campo. ¿De verdad merece la pena dejarlo todo por Cristo?
Una vez oí decir a Benedicto XVI en una Jornada Mundial de la Juventud: «Cristo no quita nada y lo da todo». Esta es la experiencia de todos los santos de la historia. Encontrar a Cristo es encontrar un tesoro por el que merece la pena dejarlo todo. Es el mejor tesoro. Quizás es que los cristianos nos hemos acomodado y aburguesado demasiado, aferrándonos tanto a los bienes de aquí abajo, que hemos olvidado las promesas del Señor. Quizás hemos olvidado a quién seguimos. Quizás hemos olvidado al Resucitado. ¡Claro que merece la pena! Es más, ¡merece la vida!
Oración de los Fieles
Sabiendo que nuestra seguridad debe estar únicamente en Dios, presentémosle nuestras necesidades y dejémonos ayudar por Él.
R/ Padre bueno, tú que eres nuestra fuerza, escúchanos.
- Por los ministros ordenados de la Iglesia, para que sirvan de corazpon al rebaño de Cristo guiándolo por el camino del verdadero gozo. R.
- Por los gobernantes del mundo entero, para que escuchando el llamado de sus pueblos busquen siempre el bien común. R.
- Por quienes sufren por no entender los designios de Dios en sus vidas, para que depositando su confianza en Él se dejen guiar por su poder. R.
- Por quienes celebramos estos santos misterios, para que la caridad sea la base de nuestra vida y compartamos nuestros bienes materiales y espirituales. R.
- Por nuestros hermanos que se han adelantado en el camino hacia la eternidad, para que Dios les dé la gracia de comtemplar el verdadero gozo, al que fueron llamados. R.
Padre bueno, escucha nuestras plegarias, y danos la gracia de poder seguirte, amándote sobre todas las cosas, incluso en los momentos difíciles de nuestra vida. Por Jesucristo nuestro Señor.
Adaptado de:
La Misa de Cada Día (CECOR), Catholic.net, ACI Prensa, Archidiócesis de Madrid.
Verificado en:
Ordo Temporis, Ciclo C, 2021-2022, Conferencia Episcopal de Costa Rica.