El Papa Francisco en el Aula Pablo VI / Foto: Daniel Ibáñez (ACI Prensa)
13 de junio de 2023
Por Almudena Martínez-Bordiú | ACI Prensa
Este martes 13 de junio, el Vaticano publicó el mensaje del Papa Francisco para la VII Jornada Mundial de los Pobres que se celebrará el 19 de noviembre de 2023.
A continuación, el mensaje completo del Papa Francisco, que se titula “No apartes tu rostro del pobre” (Tb 4,7):
1. La Jornada Mundial de los Pobres, signo fecundo de la misericordia del Padre, llega por séptima vez para apoyar el camino de nuestras comunidades. Es una cita que la Iglesia va arraigando poco a poco en su pastoral, para descubrir cada vez más el contenido central del Evangelio. Cada día nos comprometemos a acoger a los pobres, pero esto no basta. Un río de pobreza atraviesa nuestras ciudades y se hace cada vez más grande hasta desbordarse; ese río parece desbordarnos, tanto que el grito de nuestros hermanos y hermanas que piden ayuda, apoyo y solidaridad se hace cada vez más fuerte. Por eso, el domingo anterior a la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo, nos reunimos en torno a su Mesa para recibir de Él, una vez más, el don y el compromiso de vivir la pobreza y servir a los pobres.
“No apartes tu rostro del pobre” (Tb 4,7). Esta Palabra nos ayuda a captar la esencia de nuestro testimonio. Detenernos en el Libro de Tobías, un texto del Antiguo Testamento poco conocido, convincente y rico en sabiduría, nos permitirá adentrarnos mejor en el contenido que el autor autor sagrado desea transmitir.
Ante nosotros se despliega una escena de la vida familiar: un padre, Tobit, saluda a su hijo Tobías, que está a punto de emprender un largo viaje. El anciano teme no volver a ver a su hijo y por eso le deja su “testamento espiritual”. Fue deportado en Nínive y ahora es ciego, por lo tanto doblemente pobre, pero siempre ha tenido una certeza, expresada por el nombre que lleva: “el Señor ha sido mi bien”. Este hombre, que siempre ha confiado en el Señor, como buen padre desea dejar a su hijo no tanto algún bien material, sino el testimonio del camino a seguir en la vida, por eso le dice: “Todos los días, hijo, acuérdate del Señor; no peques ni quebrantes sus mandamientos. Haz obras buenas todos los días de tu vida y no te metas en el camino de la injusticia” (4,5).
2. Como se ve enseguida, el recuerdo que el anciano Tobit pide a su hijo no se limita a un simple acto de memoria o a una oración dirigida a Dios. Se refiere a hechos concretos que consisten en hacer buenas obras y vivir rectamente. La exhortación se hace aún más específica: “A todos los que practican la justicia dales limosna con tus bienes, y al dar limosna, que tu ojo no tenga remordimientos” (4,7).
Las palabras de este sabio anciano no dejan de sorprender. Porque no olvidemos que Tobit perdió la vista precisamente tras realizar un acto de misericordia. Como él mismo cuenta, su vida desde joven estuvo dedicada a obras de caridad: “A mis hermanos y a mis compatriotas, que habían sido llevados conmigo al cautiverio en Nínive, en tierra de los asirios, solía darles mucha limosna. (...) Daba pan a los hambrientos, ropa a los desnudos, y si veía a alguno de mis compatriotas muerto y arrojado tras los muros de Nínive, lo enterraba" (1,3.17).
A causa de su testimonio de caridad, el rey le había despojado de todos sus bienes, haciéndole completamente pobre. Sin embargo, el Señor seguía necesitándole; habiendo asumido su cargo de mayordomo, no tuvo miedo de continuar con su forma de vida. Escuchemos su relato, que también nos habla a nosotros hoy: “Para nuestra fiesta de Pentecostés, es decir, la fiesta de las Semanas, hice preparar una buena comida y me puse a la mesa: la mesa estaba servida con mucha comida. Dije a mi hijo Tobías: ‘Hijo mío, ve y, si encuentras entre nuestros hermanos deportados a Nínive a algún pobre, pero de corazón fiel, llévalo a cenar con nosotros. Yo me quedaré a esperar tu regreso, hijo mío’” (2,1-2).
¡Qué significativo sería que, en el Día de los Pobres, esta preocupación de Tobit fuera también la nuestra! Invitarnos a compartir la comida del domingo, después de compartir la Mesa Eucarística. La Eucaristía celebrada se convertiría realmente en un criterio de comunión. Por otra parte, si en torno al altar del Señor somos conscientes de que todos somos hermanos, ¡cuánto más visible se haría esta fraternidad compartiendo la comida festiva con los que carecen de lo necesario!
Tobías hizo lo que su padre le había dicho, pero regresó con la noticia de que habían matado a un pobre hombre y lo habían abandonado en medio de la plaza. Sin dudarlo, el viejo Tobit se levantó de la mesa y fue a enterrar al hombre. Al volver a casa, cansado, se quedó dormido en el patio; le cayó estiércol de pájaro en los ojos y se quedó ciego (cf. 2,1-10). Ironía del destino: ¡haces un acto de caridad y te sobreviene la desgracia! Podemos pensarlo; pero la fe nos enseña a ir más allá. La ceguera de Tobit se convertirá en su fuerza para reconocer aún mejor las múltiples formas de pobreza que le rodeaban.
Y el Señor, a su debido tiempo, devolverá la vista al anciano padre y la alegría de volver a ver a su hijo Tobías. Cuando llegó ese día, “Tobit se echó sobre su cuello y lloró, diciendo: '¡Te veo, hijo, luz de mis ojos! Y exclamó: ¡Bendito sea Dios! ¡Bendito sea su gran nombre! ¡Benditos sean todos sus santos ángeles! Bendito sea su santo nombre sobre nosotros, y benditos sean sus ángeles por los siglos de los siglos. Porque él me ha herido, pero ahora contemplo a mi hijo Tobías'” (11,13-14).
3. Podemos preguntarnos: ¿de dónde saca Tobías el valor y la fuerza interior que le permiten servir a Dios en medio de un pueblo pagano y amar tanto a su prójimo que arriesga su propia vida? Estamos ante un ejemplo extraordinario: Tobit es un esposo fiel y un padre solícito; ha sido deportado lejos de su patria y sufre injustamente; es perseguido por el rey y sus vecinos... A pesar de ser tan bondadoso, es puesto a prueba. Como a menudo nos enseña la Sagrada Escritura, Dios no libra de las pruebas a los que hacen buenas obras. ¿Por qué? No lo hace para humillarnos, sino para que nuestra fe en Él sea firme.
Tobit, en su tiempo de prueba, descubre su propia pobreza, lo que le hace capaz de reconocer a los pobres. Es fiel a la Ley de Dios y cumple los mandamientos, pero esto no le basta. La preocupación activa por los pobres le es posible porque ha experimentado la pobreza en su propia piel. Por eso, las palabras que dirige a su hijo Tobías son su auténtico legado: “No apartes tus ojos de todo pobre” (4,7).
En definitiva, cuando estamos ante un pobre no podemos apartar la mirada, porque nos impediría encontrarnos con el rostro del Señor Jesús. Y fijémonos bien en esa expresión “de todo pobre”. Todo el mundo es nuestro prójimo. No importa el color de la piel, la condición social, el origen... Si soy pobre, puedo reconocer quién es realmente el hermano que me necesita. Estamos llamados a salir al encuentro de todo pobre y de todo tipo de pobreza, sacudiendo de nosotros la indiferencia y la obviedad con la que brindamos un bienestar ilusorio.
4. Vivimos en un momento histórico que no favorece la atención a los más pobres. El volumen de la llamada a la opulencia es cada vez más alto, mientras se silencian las voces de quienes viven en la pobreza. Se tiende a pasar por alto todo lo que no encaja en los modelos de vida previstos, especialmente para las generaciones más jóvenes, que son las más frágiles ante el cambio cultural que se está produciendo. Se pone entre paréntesis lo que es desagradable y causa sufrimiento, mientras que se exaltan las cualidades físicas como si fueran el principal objetivo a alcanzar.
La realidad virtual toma el relevo de la vida real y cada vez es más fácil que ambos mundos se confundan. Los pobres se convierten en imágenes que pueden conmover durante unos instantes, pero cuando se encuentran en carne y hueso en la calle se apoderan de uno el fastidio y la marginación. La prisa, compañera cotidiana de la vida, impide detenerse, ayudar y preocuparse por el otro. La parábola del buen samaritano (cf. Lc 10,25-37) no es un relato del pasado, sino que interpela el presente de cada uno de nosotros. Delegar en otros es fácil; ofrecer dinero para que otros hagan caridad es un gesto generoso; implicarse personalmente es la vocación de todo cristiano.
Almuerzo del Santo Padre con pobres, en la Jornada Mundial de los Pobres - 13 de noviembre de 2022. (REUTERS). Crédito: Vatican News - Español
5. Agradezcamos al Señor que haya tantos hombres y mujeres que viven su entrega a los pobres y excluidos y comparten con ellos; personas de todas las edades y condiciones sociales que practican la acogida y se comprometen al lado de quienes se encuentran en situaciones de marginación y sufrimiento.
No son superhombres, sino “vecinos” que encontramos todos los días y que en silencio se hacen pobres con los pobres. No se limitan a dar algo: escuchan, dialogan, intentan comprender la situación y sus causas, dar consejos adecuados y referencias correctas. Están atentos a la necesidad material y también a la espiritual, a la promoción integral de la persona. El Reino de Dios se hace presente y visible en este servicio generoso y gratuito; es verdaderamente como la semilla que cae en la tierra buena de la vida de estas personas y da su fruto (cf. Lc 8,4-15). La gratitud a tantos voluntarios pide oración para que su testimonio sea fecundo.
6. En el 60 aniversario de la Encíclica Pacem in terris, es urgente retomar las palabras del santo Papa Juan XXIII cuando escribió: “Todo ser humano tiene derecho a la existencia, a la integridad corporal, a los medios indispensables y suficientes para un nivel de vida digno, especialmente en lo que se refiere a la alimentación, el vestido, la vivienda, el descanso, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; y, por tanto, tiene derecho a la seguridad en caso de enfermedad, invalidez, viudez, vejez, desempleo y en cualquier otro caso de pérdida de los medios de subsistencia por circunstancias ajenas a su voluntad” (n. 6).
¡Cuánto trabajo nos queda por delante para que estas palabras se hagan realidad, incluso mediante un compromiso político y legislativo serio y eficaz! Que, a pesar de las limitaciones y a veces fracasos de la política para ver y servir al bien común, se desarrolle la solidaridad y subsidiariedad de tantos ciudadanos que creen en el valor del compromiso voluntario de dedicación a los pobres. Se trata, sin duda, de estimular y presionar a las instituciones públicas para que hagan bien su deber; pero no tiene sentido permanecer pasivos esperando recibirlo todo “de arriba”: los que viven en la pobreza también deben implicarse y ser acompañados en un camino de cambio y responsabilidad.
7. Una vez más, desgraciadamente, hay que señalar nuevas formas de pobreza que se añaden a las ya descritas anteriormente. Pienso, en particular, en las personas que viven en zonas de guerra, especialmente los niños privados de un presente sereno y de un futuro digno. Nadie podrá acostumbrarse nunca a esta situación; mantengamos vivo todo intento para que la paz se afirme como don del Señor resucitado y fruto del compromiso por la justicia y el diálogo.
No puedo olvidar la especulación que, en diversos sectores, provoca un aumento dramático de los costes que hace que muchas familias se encuentren aún más en la indigencia. Los salarios se agotan rápidamente, forzando a la gente a privaciones que atentan contra la dignidad de toda persona. Si una familia debe elegir entre la comida para alimentarse y la medicina para curarse, hay que oír la voz de quienes reclaman el derecho a ambos bienes, en nombre de la dignidad de la persona humana.
¿Cómo no constatar también el desorden ético que marca el mundo del trabajo? El trato inhumano dispensado a tantos trabajadores y trabajadoras; la falta de una remuneración proporcionada al trabajo realizado; la plaga de la precariedad; las demasiadas víctimas de accidentes, a menudo debidos a una mentalidad que prefiere el beneficio inmediato en detrimento de la seguridad... Me vienen a la mente las palabras de San Juan Pablo II: “El primer fundamento del valor del trabajo es el hombre mismo. (...) El hombre está destinado y llamado a trabajar, pero ante todo el trabajo es 'para el hombre', y no el hombre 'para el trabajo’” (Enc. Laborem exercens, 6).
8. Esta lista, ya de por sí dramática, sólo da cuenta parcialmente de las situaciones de pobreza que forman parte de nuestra vida cotidiana. No puedo dejar de mencionar, en particular, una forma de malestar que aparece cada día más evidente y que afecta al mundo de la juventud. Cuántas vidas frustradas e incluso suicidios de jóvenes, engañados por una cultura que les lleva a sentirse “inconclusos” y “fracasados”. Ayudémosles a reaccionar frente a estas instigaciones nefastas, para que cada uno encuentre el camino a seguir para adquirir una identidad fuerte y generosa.
Es fácil, cuando se habla de los pobres, caer en la retórica. También es una tentación insidiosa detenerse en las estadísticas y los números. Los pobres son personas, tienen rostros, historias, corazones y almas. Son hermanos y hermanas con sus méritos y sus defectos, como todos los demás, y es importante entrar en una relación personal con cada uno de ellos.
El Libro de Tobías nos enseña la concreción de nuestra actuación con y para los pobres. Es una cuestión de justicia que nos compromete a todos a buscarnos y encontrarnos, a fomentar la armonía necesaria para que una comunidad se identifique como tal.
Interesarse por los pobres, por tanto, no termina en una limosna apresurada, sino que exige restablecer las relaciones interpersonales correctas, erosionadas por la pobreza. De este modo, “no apartar la mirada de los pobres” lleva a obtener los beneficios de la misericordia, de la caridad que da sentido y valor a toda la vida cristiana.
9. Nuestra atención a los pobres debe estar siempre marcada por el realismo evangélico. Compartir debe corresponder a las necesidades concretas del otro, no para deshacerme de lo que me sobra. También aquí necesitamos discernimiento, bajo la guía del Espíritu Santo, para reconocer las verdaderas necesidades de nuestros hermanos y no nuestras propias aspiraciones. Lo que ciertamente necesitan con urgencia es nuestra humanidad, nuestro corazón abierto al amor. No lo olvidemos: “Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a comprenderlos y a acoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos” (Evangelii gaudium, 198). La fe nos enseña que todo pobre es hijo de Dios y que Cristo está presente en él: “Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).
10. Este año se celebra el 150 aniversario del nacimiento de Santa Teresita del Niño Jesús. En una página de su “Historia de un alma”, escribe: “Ahora comprendo que la caridad perfecta consiste en soportar las faltas de los demás, no asombrarse absolutamente de sus debilidades, edificarse en los más pequeños actos de virtud que les vemos practicar, pero sobre todo comprendo que la caridad no debe permanecer cerrada en el fondo del corazón: ‘Nadie, dijo Jesús, enciende una antorcha para ponerla debajo de un celemín, sino que la pone en el candelero, para que ilumine a todos los de la casa’. Me parece que esta antorcha representa la caridad, que debe iluminar, alegrar no sólo a los que me son más queridos, sino a todos los que están en la casa, sin excluir a nadie” (Ms C, 12r°: Obras completas, Burgos 2006, 287-288).
En esta casa que es el mundo, todos tienen derecho a ser iluminados por la caridad, nadie puede ser privado de ella. Que la tenacidad del amor de santa Teresa inspire nuestros corazones en esta Jornada mundial, y nos ayude a “no apartar el rostro del pobre” y a mantener nuestra mirada siempre fija en la faz humana y divina de nuestro Señor Jesucristo.
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