Tiempo Litúrgico: Cuaresma - Semana II.
Color del día: Morado.
Memoria libre: Santa Ángela de la Cruz, fundadora.
Oración Colecta
Señor Dios, que gracias a tus celestiales remedios, nos haces participar, ya desde este mundo, de los bienes eternos, dirige nuestra vida presente para que, conducidos por ti, lleguemos a la luz en que tú habitas. Por nuestro Señor Jesucristo.
Primera Lectura
Del libro del profeta Miqueas
(7, 14-15. 18-20)
Arrojaré a lo hondo del mar nuestros delitos.
Señor, Dios nuestro, pastorea a tu pueblo con tu cayado, a las ovejas de tu heredad, que permanecen aisladas en la maleza, en medio de campos feraces. Pastarán en Basán y en Galaad, como en los días de antaño, como cuando salimos de Egipto y nos mostrabas tus prodigios.
¿Qué dios hay como tú, que quitas la iniquidad y pasas por alto la rebeldía de los sobrevivientes de Israel? No mantendrás por siempre tu cólera, pues te complaces en ser misericordioso.
Volverás a compadecerte de nosotros, aplastarás con tus pies nuestras iniquidades, arrojarás a lo hondo del mar nuestros delitos. Serás fiel con Jacob y compasivo con Abraham, como juraste a nuestros padres en tiempos remotos, Señor, Dios nuestro.
Salmo responsorial
(Sal 102, 1-3. 3-4. 9-10. 11-12)
R/ El Señor es compasivo
y misericordioso.
- Bendice al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga su santo nombre. Bendice al Señor, alma mía, y no te olvides de sus beneficios. R.
- El Señor perdona tus pecados y cura tus enfermedades; él rescata tu vida del sepulcro y te colma de amor y de ternura. R.
- El Señor no estará siempre enojado, ni durará para siempre su rencor. No nos trata como merecen nuestras culpas, ni nos paga según nuestros pecados. R.
- Como desde la tierra hasta el cielo, así es de grande su misericordia; como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos. R.
Evangelio
† Del santo Evangelio
según san Lucas (15, 1-3. 11-32)
Tu hermano estaba muerto y a vuelto a la vida.
En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo. Por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”.
Jesús les dijo entonces esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de la herencia que me toca’. Y él les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a padecer necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera.
Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ‘¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores’.
Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’.
Pero el padre les dijo a sus criados: ‘¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el banquete.
El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Este le contestó: ‘Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quería entrar.
Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’.
El padre repuso: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’ ”.
Reflexión sobre el Evangelio
El texto que nos presenta la liturgia de este día es uno de los textos clásicos del tiempo de Cuaresma, pues nos muestra por un lado, la actitud del padre, que se identifica con el Padre del Cielo, y por otra, la del hijo en la cual nos vemos retratados cada uno de nosotros.
Viendo al padre de la parábola descubrimos a un Dios amoroso que, como dice la Sagrada Escritura, "no lleva cuentas del mal" y que no se resigna a que ninguno de nosotros nos perdamos. Está siempre esperando que la vida nos haga ver, que lejos de su amor, de su cariño y de su casa todo será ruina, muerte y destrucción.
Pero no es sino hasta que vivimos la experiencia destructiva que sufrió el hijo de este hombre, que nos hacemos consientes de nuestra realidad y de que sin Dios no podremos ser nunca felices, es cuando nos decidimos a confesarnos y a regresar al estado de gracia. Es por ello necesario valorar la vida de la gracia y todas las bendiciones que el hombre tiene cuando vive al amparo de su Padre del cielo.
No nos dejemos cautivar por toda esta publicidad que abarrota las televisiones y la radio, con la que de mil maneras nos buscan convencer de llevar una vida al margen de Dios.
Antes de irnos otra vez de la casa, pensemos con serenidad las consecuencias que este abandono traerá para nosotros. Estoy seguro que si nos detenemos un momento a pensar lo que podemos perder y las consecuencias morales, espirituales y algunas veces hasta físicas, no dejaríamos la seguridad de la vida de gracia.
Comunión espiritual
Creo, Jesús mío, que estás real y verdaderamente en el cielo y en el Santísimo Sacramento del Altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo vivamente recibirte dentro de mi alma, pero no pudiendo hacerlo ahora sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Y como si ya te hubiese recibido, me abrazo y me uno del todo a Ti. Señor, no permitas que jamás me aparte de Ti. Amén
Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón. Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Adaptado de:
Evangelización Activa, La Misa de Cada Día (CECOR), Catholic.net, ACI Prensa.
Verificado en:
Ordo Temporis, Ciclo B, 2023-2024, Conferencia Episcopal de Costa Rica.