Lecturas de la Misa del día y su reflexión. Sábado, 2 de noviembre de 2024.


Tiempo Litúrgico: Ordinario. Semana XXX.
   Color del día: Negro.  


Oración Colecta

Escucha, Señor, benignamente nuestras súplicas, y concédenos que al proclamar nuestra fe en la resurrección de tu Hijo de entre los muertos, se afiance también nuestra esperanza en la resurrección de tus hijos difuntos. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.

Primera Lectura
Del libro de Job (19, 1. 23-27)
Yo sé bien que mi defensor está vivo.

En aquellos días, Job tomó la palabra y dijo: “Ojalá que mis palabras se escribieran; ojalá que se grabaran en láminas de bronce o con punzón de hierro se esculpieran en la roca para siempre.

Yo sé bien que mi defensor está vivo y que al final se levantará a favor del humillado; de nuevo me revestiré de mi piel y con mi carne veré a mi Dios; yo mismo lo veré y no otro, mis propios ojos lo contemplarán. Esta es la firme esperanza que tengo”.

Salmo responsorial
(Sal 24)
R/ A ti, Señor, levanto mi alma.
  • Acuérdate, Señor, que son eternos tu amor y tu ternura. Señor, acuérdate de mí con ese mismo amor y esa ternura. R/
  • Alivia mi angustiado corazón y haz que lleguen mis penas a su fin. Contempla mi miseria y mis trabajos y perdóname todas mis ofensas. R/
  • Protégeme, Señor, mi vida salva, que jamás quede yo decepcionado de haberte entregado mi confianza; la rectitud e inocencia me defiendan, pues en ti tengo puesta mi esperanza. R/

Segunda Lectura
De la carta del apóstol san
Pablo a los filipenses (3, 20-21)
Nosotros somos ciudadanos del cielo.

Hermanos: Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos que venga nuestro salvador, Jesucristo.

El transformará nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso, semejante al suyo, en virtud del poder que tiene para someter a su dominio todas las cosas.

Evangelio
† Del Santo Evangelio según
san Marcos (15, 33-39; 16, 1-6)
 No está aquí; ha resucitado.

Al llegar el mediodía, toda aquella tierra se quedó en tinieblas hasta las tres de la tarde. Y a las tres, Jesús gritó con voz potente: “Eloí, Eloí, ¿lemá sabactaní?” (que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?). Algunos de los presentes, al oírlo, decían: “Miren, esta llamando a Elías”.

Uno corrió a empapar una esponja en vinagre, la sujetó a un carrizo y se la acercó para que bebiera, diciendo: “Vamos a ver si viene Elías a bajarlo”. Pero Jesús dando un fuerte grito, expiró.

Entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba a abajo. El oficial romano que estaba frente a Jesús, al ver cómo había expirado, dijo: “De veras este hombre era Hijo de Dios”.

Transcurrido el sábado, María Magdalena, María (la madre de Santiago) y Salomé, compraron perfumes para ir a embalsamar a Jesús. Muy de madrugada, el primer día de la semana, a la salida del sol, se dirigieron al sepulcro. Por el camino se decían unas a otras: “¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del sepulcro?” Al llegar, vieron que la piedra ya estaba quitada, a pesar de ser muy grande.

Entraron en el sepulcro y vieron a un joven, vestido con una túnica blanca, sentado en el lado derecho, y se llenaron de miedo. Pero él les dijo: “No se espanten. Buscan a Jesús de Nazaret, el que fue crucificado. No está aquí; ha resucitado. Miren el sitio donde lo habían puesto”.

Reflexión sobre las Lecturas

Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá para siempre

La muerte siempre nos sorprende. Por mucho que sepamos que va a venir, cuando llega, aunque sea a los 95 años, nos pilla desprevenidos. Ante la muerte de un ser querido, la primera reacción es el dolor, el dolor producido por la ausencia de una persona amada. Quizás la palabra ausencia sea la protagonista de este acontecimiento.

Dios nos ama y no se olvida nunca de nosotros. La prueba más clara de que Dios no nos olvida es que nos ha enviado a su Hijo Jesucristo, para que se hiciese uno de nosotros y estuviese siempre a nuestro lado. “Tanto amó Dios al mundo...”. Jesucristo es el gran regalo de Dios a la humanidad. Y con Jesús nos ha regalado muchas cosas, entre ellas, nos ha regalado su luz.

A los seres humanos, de vez en cuando, se nos nubla la vista y no vemos claro, y en más de una ocasión no sabemos a qué carta quedarnos. Por eso oímos con gusto a Jesús decirnos: “Yo soy la luz del mundo el que me sigue no caminará en tinieblas”.

Podemos recordar  algunas de esas verdades que nos enseña Jesús, nuestro Maestro y Señor y que iluminan nuestra situación.

Primera verdad iluminadora. Jesús nos asegura que la vida tiene sentido y nos indica de dónde venimos y hacia dónde vamos. Jesús, nos dice el evangelista San Juan en el relato de la última cena, “sabiendo que venía de Dios y a Dios volvía...” Pues esa es nuestra trayectoria. Venimos de Dios y nuestro destino no es la nada, el absurdo, es el encuentro amoroso con Dios. Nuestra vida tiene sentido.

Segunda verdad iluminadora, completando la primera. Jesús nos asegura que estamos hechos para la plenitud y no para la mediocridad. ¿Quién no ha sentido en su corazón, en medio de tanta mediocridad que nos rodea, el deseo de plenitud en el amor, en la verdad, en la justicia, en...? Jesús nos asegura que esas ansias de plenitud y de eternidad se van a realizar. Que el mal, el desengaño, el absurdo, la nada, la muerte... no van a tener la última palabra. “El que cree en mí, aunque muera, vivirá y vivirá para siempre”. Nuestro destino es la vida y la plenitud. Nunca la muerte.

Tercera verdad iluminadora. Jesús nos asegura que quien nos va a juzgar al final de nuestra existencia es Él mismo, que es Dios. En este punto tenemos una gran suerte los seres humanos. No vamos a ser nosotros mismos los que nos juzguemos; a veces somos demasiado duros con nosotros mismos. Tampoco van a ser jueces humanos que, aunque intenten hacerlo bien, pueden equivocarse.

    Tenemos la gran suerte de que nos va a juzgar Jesús, el hijo de Dios, el que acoge y perdona a Pedro, a Pablo, a la Samaritana, a María Magdalena... a todo el que se acerca a él, y que nos está esperando para darnos una buena noticia: “Venid, benditos de mi Padre a disfrutar del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”.

Al final de nuestra vida terrena no caemos en la muerte. Caemos en buenas manos, caemos  manos de Dios, el que nos quiere más y mejor que una madre. “¿Puede una madre olvidarse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide yo no os olvidaré”. Caemos en buenas manos.

Antífona de la Comunión

Yo soy la resurrección y la vida, dice el Señor. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que esta vivo y cree en mí, no morirá para siempre.

Comunión espiritual

Creo, Jesús mío, que estás real y verdaderamente en el cielo y en el Santísimo Sacramento del Altar.
Te amo sobre todas las cosas y deseo vivamente recibirte dentro de mi alma, pero no pudiendo hacerlo ahora sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón.
Y como si ya te hubiese recibido, me abrazo y me uno del todo a Ti. Señor, no permitas que jamás me aparte de Ti. Amén

Después de la comunión

Te rogamos, Señor, que tus fieles difuntos, por quienes hemos celebrado este sacrificio pascual, lleguen a la morada de la luz y de la paz. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Adaptado de:
Catholic.net, Frailes Dominicos de Oviedo, ACI Prensa.
Verificado en:
Ordo Temporis, Ciclo B, 2023-2024, Conferencia Episcopal de Costa Rica.